Al ver la cara del Secretario Ejecutivo de Seguridad y Justicia del PP, una palabra retumba por mi cabeza: Miedo. Jugándome la vida he tenido acceso a una biografía no oficial en la que se desvela que es miembro de una vieja estirpe de mayordomos proveniente de los Cárpatos. Ignatius Astarula o Ignacio Astarloa cuenta entre sus ascendientes con Igor, el fiel sirviente del Conde Drácula, y con Fétido, el simpático tío de la familia Adams.

En alguna ocasión ha desvelado que “De pequeño soñaba con servir en una gran casa”, pero por entonces se produjo la caída de la vieja aristocracia tenebrosa europea en favor de nuevos monstruos robóticos o alienígenas. Esto provocó el traslado de su familia al único país donde seguían existiendo algunos oscuros nobles: La España de los 60. Nadie se esperaba lo que sucedió después. Al cambiar a pesetas los ahorros descubrieron con alegría que, a causa de la mala economía española, ahora eran ricos cual jubilado sueco en la Alpujarra. A partir de ese momento la estirpe Astarula dejó de ser una familia de sirvientes: Compraron terrenos, construyeron pisos, cementerios y mandaron a sus hijos a la escuela.

Pese a su fortuna, la integración del pequeño Ignacio en la España franquista no fue fácil. Al provenir de Centroeuropa se ganó continuos tirones de orejas de los maestros del régimen que, por precaución, intentaban sacar de él cualquier desviación que pudiera traer de aquellas tierras infestadas de ateísmo y masonería: “Así se convierte a un rojo” gritaban los profesores a los demás niños mientras practicaban su particular exorcismo.
De aquella época provienen las principales señas de identidad de Ignatius Astarula: Las grandes orejas y estar siempre de mal humor. Sus aficiones de girar la cabeza como los búhos y de resucitar ratones los días de tormenta no contribuyeron a hacerlo un chico popular en su clase. Para adaptarse mejor al nacionalcatolicismo imperante, su familia abandonó la adoración pagana a Nosferatu y abrazó con fervor la única religión verdadera.

A partir de ahí todo fueron éxitos para el vasquísimo nuevo clan de los Astarloa. A los 13 años el pequeño Ignacio fue nombrado monaguillo principal de la iglesia de su ciudad, lo que le abrió muchas puertas. Entre tanto la vida le fue enseñando que mostrar en público sus añoradas tradiciones familiares no le traía nada bueno y empezó a camuflar su personalidad. A los 16, su padre le quitó de la cabeza la idea de estudiar para forense y le dijo: “Ignatius, ya no somos los Astarula mayordomos de los cárpatos. Ahora somos los Astarloa. Vascos. Siempre lo hemos sido. ¿Está claro?”. Así que a los 17 se matriculó en Deusto para hacer derecho. Después vino su meteórica trayectoria como letrado de parlamento vasco, de las cortes, como profe de la uc3m, como afín al PNV, al PSOE, al PP. Lo que pocos saben es que en el sótano de su casa aún guarda aquella vieja mesa de resucitar ratones ante la que a veces lagrimea recordando las escarpadas y oscuras montañas en las que pasó sus primeros años de vida.

Buscando en google, he encontrado el entrañable montaje familiar que ilustra el artículo en la divertida web “El siglo de las luces” . Parece que no soy el único que ha tenido acceso a la biografía secreta de este extraño ser.